jueves, 15 de diciembre de 2011

Cap. IV

Ticero no tardó en fiarse de Francis. Él le explicaba técnicas, y era feliz cuando hacia algo bien (Ticero deseaba hacerlo bien para que Francis brincara y aplaudiera) a la vez que conocía capacidades suyas, como ver lo que el enemigo ve a un nº de distancia de él. Rapidamente aceptó a Francis como un amigo. Un gran amigo. Su único amigo de verdad, en realidad. Entrenaban todo el día, hacían pausas para comer, y para los encargos de Ticero, mientras almorzaban Francis le contaba historias y leyendas. Y chistes. Ticero odiaba los chistes de Francis, pero conseguían hacerle reir de malos que eran. Por las noches Francis se sentaba en el tejado y tocaba una guitarra, y Ticero subía a veces a oírle. A veces creía que la guitarra hablaba y contraba historias de pena.
Una noche no oyó la guitarra y subió a verle.
-Hola Ticero
-¿Ocurre algo?
-Me gustaría contarte una cosa… sobre bueno… mi pasado que está relacionado con el tuyo… con tus ojos y tu genética. Pero no te contaré todo, cada cosa a su tiempo. Siéntate.

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